Un verdadero espacio de expresión

Frontera, Centla, Tabasco.

martes, 22 de marzo de 2011

LOCURITA

De Luis A. Chávez

Locurita era lo más mínimo del pueblo. Nadie sabía de dónde y cuándo había llegado; con un destartalado cuchillito se dedicaba a la talla de piedras pómez o pedacitos de madera con los que hacía excelentes figuras de animales o personas.

De mediana estatura, negroide y de cabeza al rape, acostumbraba arremangarse meticulosamente justo abajo de las rodillas los pantalones que le regalaba la gente. Hablaba solo e iba y venía por el pueblo sin rumbo fijo; dormía donde le agarraba la noche y no faltaban almas piadosas que de alguna forma estaban pendientes de él dándole de comer o de beber. A veces, cuando algún borracho le preguntaba algo Locurita se hacía el sordo, pero en otras contestaba de acuerdo a su humor. “Rezo yo para morirme –decía- mientras que ustedes como los demás, rezan para vivir, no saben lo que piden, no saben lo que piden, algo muy grande ya viene”. En torno a aquel pobre hombre que además no estaba tan viejo, se decían rumores, como el que había sido hijo de una anciana que lavaba ajeno; otros decían que Locurita era de Belice, por eso era negro y allá, en su tierra natal, sus padres eran inmensamente ricos pero él, enfermo del alma por el desamor de una joven, se echó a caminar.

Unos niños comenzaron a decir que Locurita por las tardes iba hasta un corral abandonado en un rancho en litigio en las afueras del pueblo, se arrodillaba bajo de una palma muy alta de coco y pasaba mucho tiempo rezando con la mirada al cielo y los brazos abiertos. El rumor, como en todos los pueblos sin qué hacer, corrió como reguero de pólvora y allá fue la gente a investigar si era cierto. En efecto, encontraron a Locurita en posición de gran éxtasis y los vecinos, al mirar a la palmera, repararon que en lo alto de aquella mata se podía distinguir un divino rostro. Todo mundo se puso de rodillas y las comadres iniciaron los rosarios, las romerías, el encendido de veladoras y velas, entonces Locurita habló.

-Hermanos y hermanas. Dios ha curado mi enfermedad, Él, por siempre tan Altísimo; éste es el lugar que me ha pedido le cuide, benditos sean, pecadores, abran su corazón hacia el Altísimo, amén.

-Amén- dijeron todos e incluso muchas señoras y algunos hombres lloraron.

Locurita estuvo en el lugar unos siete años. Administró la construcción de una pequeña capilla, muy modesta, y cuando los habitantes del pueblo le confiaron todas las limosnas y colectas para levantar la iglesia, fue a la capital por el permiso y hasta el día de hoy lo están esperando.

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