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Frontera, Centla, Tabasco.

lunes, 28 de marzo de 2011

ME DAN LASTIMA LAS MUJERES.

Por Luis A. Chávez

Con su pequeña obra literaria Me dan lástima las mujeres, a Sósimo Malacara algunas gentes le dijeron que se metería en problemas porque en los tiempos que corren ya no se puede abofetear a los alumnos y, gente del miso sexo, hasta se pueden casar.

Su librito fue patrocinado por el presidente municipal antes de huir con cuarenta y dos millones para electrificar colonias (dicen que se fue a Sudáfrica) y, las expectativas en contrario, se convirtieron en lleno a la presentación en donde estuvo el dirigente de la Asociación Bovina y Ganadera (Sic) S.A. de CV., don Próculo Morral Corcuera, viudo, sin hijos, con dos queridas jóvenes y un pistolón 45 a la cintura. Facilitó el lugar “porque en el pueblo tenemos democracia y eso nos sienta bien a todos”.

A las ocho comenzó el evento.

El suplente del fugado edil conminó a la banda de guerra de la secundaria federal a que guardaran silencio y se extendió un poquito explicando cómo él y su familia habían llegado a ese lugar, tan noble, y que siempre llevan en el corazón.

Para las nueve, luego de la interpretación de seis canciones (Morenita Mía, Aquellos ojos verdes y Vereda tropical, entre otras) a cargo del mezzo soprano Cuauhtémoc Simple García, del que se decía había estudiado en México (a petición del público interpretó tres más, acompañado al piano por el secretario del ayuntamiento, Cristóbal Ecatepec Marisma) vino a tomar la palabra don Próculo, dirigente de la ganadera, que aprovechó para anunciar que había subido el precio de los borregos en canal y que los préstamos para los socios estaban por el momento suspendidos. El local, ya se dijo, estaba repleto, en especial de mujeres.

El autor, vestido de traje, peinado hacia atrás con vaselina, nervioso, fumaba un cigarrillo tras otro a sabiendas de que sus carencias no le permitían tal lujo; pero uno de los ayudantes del ayuntamiento, que fumaba desde los once de edad, era el que le convidaba. Por fin, cuando dejó el micrófono el de la ganadera, se anunció el arribo del escritor que, pálido, sin ocultar sus nervios, comenzó diciendo buenos días cuando que faltaban ocho para las diez de la noche. Las mujeres, que abarrotaban aquello, guardaban silencio y, sin pestañear, miraban al autor que, al corregir: “perdón, ya se hizo noche”, fue todo lo que dijo pues una dama blanca, poco pasada de peso y con sombrero café de alas de petate anchas (traía una orquídea sobre el seno izquierdo, muy bonita) se levantó y de su bolso sacó una 38 súper para dispararle a Sósimo cuatro balazos, todos, derechito al Plexus.

-Son seis- dijo la señora al de la ganadera- me quedan dos casquillos útiles, usted dice.

Pero don Próculo –con su 45 a la cintura- dijo: “Vivimos en una democracia, y eso nos sienta bien a todos”.

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